Competimos por nosotros, para cubrir nuestras necesidades y tener una seguridad y calidad de vida, por nuestras familias, amistades, también por sus hijos que serán aliados de los nuestros, y por los colectivos de los que formamos parte. Es una ambición sin fin que aumenta con el tamaño de nuestras relaciones y los vínculos afectivos que tenemos con los demás. Tomando decididamente sobre nosotros la responsabilidad de protegerlos, proveerlos y beneficiarlos en todo lo que podemos. Esa ambición nos lleva a luchar y competir sin descanso por nosotros y los nuestros. Porque valoramos la calidad y significado de las experiencias que compartimos juntos, y con las cosas buenas que ofrece la vida.
La actividad profesional se debe escoger por su prestigio o para desarrollar habilidades, no sólo por el sueldo, salvo caso de extrema necesidad. Las personas asocian prestigio a algo superior, idealizado que respetan. Este prestigio facilita las relaciones sociales y la cooperación con las personas. Así se alcanzan metas que sólo con dinero o recursos serían imposibles. Convirtiéndose en la principal fuente de influencia social, y de obtención de nuevos ingresos, financiación y apoyos.