Hay niveles de felicidad. Se comienza por un grado menor de ella y con cada logrado se siente todavía más feliz. El reconocimiento, prestigio, admiración, respeto, afecto y amor que le otorgan al ganador y al servidor, proporcionan una satisfacción que no era capaz de imaginar, pero que proyectada hacia el futuro intuye que, en la cima, con él, sus aliados, descendientes y la humanidad en ella, la sensación será que ser suprema.
Influencia de forma direccional a los demás para obtener progresos y que las cosas funcionen, y va acumulando poder. Poder que a medida que usa correctamente y con éxito le proporciona todavía más. La ambición no conoce límites, porque las generaciones y las cualidades humanas no tienen límites, así como las necesidades y medios que son preciso preparar. Ambiciona la perfección y el beneficio mutuo que le llena de satisfacción. Conquistándose a sí mismo alcanza la confianza suficiente para generar afinidad en las demás personas y ponerlas a competir de su lado por la realización de la visión. Visión en la que cada persona tiene algo que aportar, algo de sí que nos beneficia a todos y nos engrandece.
Para hacer el bien hay que tener una posición privilegiada que te permita supervisar y garantizar el proceso de ese bien. Es de sabios y buenas personas, luchar por el bien común. Y el que así lo hace, debe buscar un lugar desde el que influenciar y condicionar el cumplimiento de sus metas al servicio de los demás. Si a él le va bien, a su labor de servicio a favor de todos, también le irá bien. Si tiene voluntad de servir y no logra una posición para actuar, perdemos todos. Porque pocos se entregan como él.