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Jason AldreySuperadministrador
1. DOMINIO
[Inocente, ingenuo e ignorante]
«No hace falta dominarlos, no nos harán nada… ¡Ay!».
Parte de la visión consiste en la obtención de un estatus para nosotros, nuestro núcleo familiar, clan, organizaciones y sociedad. Ello implica cierto dominio en un ámbito. Dominamos para obtener prestigio y reconocimiento, lo que hace que nos respeten, valoren y favorezcan nuestras metas. Con ese estatus reducimos la oposición de la mayoría de la gente, aunque también creamos nueva oposición en esferas de autoridad por rivalidad. Además, al tener estatus hay gente que nos aprecia y nos concede ciertos privilegios, como acceso a personas específicas, objetos y servicios valiosos. Resultas más atractivo socialmente, consigues amistades, experiencias, conocimientos relevantes y oportunidades de negocio, entre otras cosas.
El estatus es una forma de dominio con la autoridad, que otorga gran seguridad, garantías de felicidad e influencia social. Se trata de tener una posición de prestigio que influye sobre la toma de decisiones de los demás a nuestro favor. Pocas personas se atreven a llevarle la contraria a personas de reconocido prestigio. Es un privilegio de los que destacan, y por el cual influyen y dominan en mayor medida.
Por el contrario, a los demás se les hace creer que destacar y tener poder es de malas personas, y que las buenas personas no dan órdenes, sino que obedecen. Lo curioso es que los que dicen esto acostumbran a tener buenos puestos y cargos de poder, prestigio e influencia, y no obedecen a casi nadie. Esto lo dicen para mantenernos sumisos. Debemos aprendamos a dominar en nuestros ámbitos, y prolongar nuestra capacidad de influencia más allá de nosotros mismos. Primero en nosotros mismos, luego en los afines y finalmente sobre los rivales.
Las personas inocentes están protegidas por su ignorancia. Esa actitud hace que la mayoría de la gente no les haga daño. Sin embargo, su inocencia es demasiado tentadora para personas malintencionadas, que se aprovechan de ellos en situaciones de acción maliciosa, asestándoles golpes, y alcanzando ventajas personales y sociales sobre ellos.
Estas personas ingenuas, creen que comportándose honrada y honestamente ya está todo hecho, y no es así. Cuando menos se lo esperan sufren daños, pérdidas, sabotajes, malentendidos, tergiversaciones, calumnias y difamaciones, se les ocultará la verdad y se les mentirá haciéndoles vivir fuera de la realidad, para que no se puedan defender y cometan errores con engaños. Son objeto de maldades porque la buena gente no es tolerada por los maliciosos. Se les persigue encubiertamente, es odiada y despreciada por eso deshonestos, porque detestan sus virtudes, y les amenaza los éxitos y poder que puedan lograr, ya que limitan su injusto dominio.
Las personas malintencionadas se sienten agraviadas comparativamente y condenadas cuando se encuentran al lado de una persona honesta. No pueden sentirse adorados por destacar por encima de los demás, desplegar su inmenso ego, ni hacer lo que quieren. Están molestos entre tanto cordero o borrego, porque saben que, si hacen una jugada mala, una del coyote, van a ser condenados públicamente por las buenas personas. Las malas personas saben quiénes son las buenas personas, las detectan a kilómetros si estas no se protegen mediante la privacidad, la inaccesibilidad y el hermetismo. Al contrario, las buenas personas, en su inocencia y buenismo, no se dan cuenta de la gran cantidad de maliciosos que los rodean cada día.
El prestigio social nos protege de los ataques de las personas malintencionadas, ya que nadie quiere exponerse a una confrontación con alguien que cuenta con el respaldo del poder. El estatus es lo que garantiza la supervivencia en nuestra cultura, como defensa, propiciando interrelaciones e intercambios con personas y entidades, favoreciendo nuestras metas y progreso personal, humano y material.
Ese prestigio nos dota de una capacidad de influencia y dominio sobre nuestro entorno, voluntario o sin intencionalidad, con el que los demás reconocen nuestro valor, no sólo como personas, sino también por lo que tenemos detrás de nosotros, nuestras relaciones sociales y lo que somos capaces de movilizar. Al reconocer nuestro valor desean interaccionar con nosotros para adquirir, también ellos, valor. Con lo que nos ofrecen oportunidades de cooperación e intercambio.
Con prestigio social, nuestra mera presencia o adhesión ya añade valor a todos los que están con nosotros, lo que defendemos, poseemos o representamos. Ya que se asocian con nuestro valor, aumentando ellos mismos de nivel con nosotros. Con lo cual, nuestra presencia, compañía y adhesión, genera cambios de valor que podemos exigir que sean retribuidos como contrapartida con bienes, acciones o servicios, argumentando el retirar nuestra presencia y favor. El prestigio social y estatus hace esto constantemente. Cuando somos valiosos, las personas presuponen que sólo nos relacionaremos con cosas valiosas. Entonces todo lo que está vinculado con nosotros alcanza un estatus valioso resonante, y es importante eso mismo, asociarse con cosas y personas valiosas alineadas con valores acordes a nosotros mismos y a nuestros objetivos en la vida.
El dominio mediante prestigio, estatus, autoridad, títulos, capacidades, cualidades, méritos, posesiones, galones, atributos, hitos, rivaliza con el dominio de otras personas. Competimos cada día con los demás para obtener cosas de valor. Si dominamos nuestro entorno y tenemos una influencia superior, podemos movilizar a los demás para que usen su tiempo, capacidades y recursos en alcanzar aquellas cosas que deseamos.
La oposición de dominadores rivales establecerá una rivalidad que podrá ser deportiva o no, hay que saber competir en ambas situaciones. Se puede competir por una mujer valiosa, por un puesto de autoridad o de prestigio, por un contrato comercial, por obtener beneficios y privilegios por encima de los demás, por una meta u objetivo social, etcétera. Cosas en las que sólo puede ganar uno porque el bien es escaso. En esas situaciones, el que más domina e influencia posee sobre los demás logra la ventaja y el premio.
Para alcanzar nuestras metas en la vida es imprescindible una dosis elevada de dominio, influencia y autoridad, de otro modo no alcanzaremos lo que deseamos. Y para obtener dominio hay que contra dominar el dominio ajeno. Esto es, minar y reducir el prestigio, estatus y autoridad de los opositores, impidiendo que alcancen más, cueste lo que cueste, generarles una ausencia de poder e influencia.
Esto es muy típico en nuestro país, usualmente lo llaman envidia, pero es astucia. Una astucia poco inteligente, ya que la cooperación, en general, proporciona beneficios superiores. Pero la rivalidad social de competir deportivamente o por las malas con los demás es imprescindible cuando optamos a una posición o recompensa única, y es característico de los ganadores, de los luchadores, de los jugadores de campo, el darlo todo en el terreno de juego por ganar los partidos. El punto de vista es el de que la vida es una liga deportiva mundial, y que nos tenemos que clasificar cada vez más ascendiendo en la tabla y de división toda nuestra vida. Lo que pasa es que muchos se dedican de cortar la cabeza a los que destacan para someter y amedrentar a los que se les oponen, en lugar de formarlos y desarrollarlos para que tengan una capacidad de influencia sana y efectiva gracias al aprendizaje de unos valores sólidos que favorezcan a la sociedad. En nuestra sociedad española hay a muchos a los que no les interesa, porque les puede quitar una cuota de dominio.
Los que reconocen esta estructura de la realidad, son los que llegan lejos y disfrutan de las comodidades y privilegios de vivir en la riqueza y abundancia, alcanzando sus metas y muchas más que jamás imaginaron. Los que se desentienden de su necesidad de participar en el juego y competir, se quedan al margen de la sociedad, del prestigio, del éxito y las recompensas.
Los competidores tratan de convencer constantemente a los demás de que no compitan. Y para eso generan filosofías y creencias pasivas, serviles, sumisas, desertoras, nihilistas y debilitantes, para alejar al mayor número de personas del terreno de juego competitivo. Porque saben que casi toda la población tiene cualidades más que suficientes para ofrecerles competencia y ganarles.
Entonces, ¿por qué enseño yo sobre todo esto si lo que quiero es competir y no que compitan conmigo? Muy sencillo. Porque hay jugadores que compiten, y hay entrenadores que competimos con otros entrenadores. O sea, somos competidores de equipo trascendiendo el individualismo, y es mi voluntad e interés, capacitar, y formar a las personas en una actitud positiva hacia la cooperación, y también hacia la competición y rivalidad social. Deportiva con gente deportiva y hostil con la gente malévola y maliciosa.
Un entrenador tiene, por lo tanto, que adiestrar a los miembros de su equipo y clan familiar o social para que compitan y rivalicen en conjunto en la sociedad. Su desarrollo es como entrenador, no como jugador. Sólo “juega” contra otros entrenadores. Sus metas son objetivos grupales por encima de los objetivos personales, salvo los básicos habituales necesarios de supervivencia y necesidades sociales aceptables. Y su dominio tiene que ser sobre grupos y no sobre personas. Por lo tanto, la persona que dirija, lidere o entrene a un grupo, tiene que ser un entrenador con visión de equipo colectivo, carente de ambiciones personales, que no impida el ascenso y progreso de los miembros de su grupo, estar lleno de ambición grupal, no rivalizar con los suyos por cosas puntuales, sino rivalizar con otros grupos como conjunto y con otras personas que pretendan arrebatarle sus méritos y relevancia en el grupo. Pero para ello también necesita cierto grado de estatus y relevancia para poder influir positivamente en su entorno.
Es habitual que personas socialmente competitivas, líderes que no son entrenadores, compitan con los entrenadores del grupo para arrebatarles su puesto. Esto es el final del grupo, porque los líderes lideran al grupo en las competiciones sociales, pero son egoístas, y quieren el mérito y reconocimiento para ellos. No entrenan para el grupo, sino que disminuyen la capacidad de promoción dentro de su grupo para que no destaquen por encima de ellos y mantener así su liderato, incrementando la dependencia que tienen de su dominio.
Para un entrenador, los logros de un miembro son un logro de todo el grupo, y los logros de todo el grupo son un logro para cada miembro. En cambio, para los líderes individualistas, el mérito que buscan es solo para ellos, pero eso sí, con una apariencia diplomática, y procurando que el mérito de los demás que sea inferior al suyo. Por eso existe en el mundo deportivo tantos enfrentamientos entre entrenadores y líderes. Porque los líderes son competitivos y quieren para ellos el prestigio de los entrenadores. La cosa es que, sin los entrenadores, el grupo carece de cualidades para competir a un nivel elevado. Por lo tanto, los que defienden al entrenador salvan al grupo. Y los que defienden al líder popular y carismático sólo salvan al líder y a su camarilla, y condenan al grupo entero a someterse a su dominio inferior. La única opción para ello es que los líderes aspirantes desarrollen una percepción de bien grupal, además del individual. Lo que pasa es que cuando se ejerce dominio, ya sea con una buena o mala finalidad, lo que prima es el sometimiento del individuo.
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