THE PEACOCK LODGE

No iba a Inglaterra desde que fui allí de pequeño, fue en unas vacaciones de navidad a final de los años ochenta, acompañado de mi hermana Susana. Mi padre trabajaba en hostelería para un empresario religioso de East Grinstead, en The Peacock Lodge, un restaurante cercano a East Grinstead que ya no existe. El dueño se dedicaba principalmente a una empresa de obras públicas de carreteras para el estado. De mánager estaba «Chico», que era como llamaban al marido portugués de la hija del dueño, y que apreciaba mucho a mi padre y nos trató muy bien a mi hermana y a mí.

Mi padre nos daba lo mejor. Comíamos todos los días comida riquísima, pedíamos comida china, y nos llevó a un restaurante llamado La Farola, nombre debido a la Torre de Hércules, pues pertenecía a un clan de gallegos asentados en Inglaterra, con los que en el futuro trabajaría mi padre en otros lugares.

Un día vinieron mi padrino Martín, hermano de mi padre, y su mujer Marlene, que también vivían en Inglaterra, a recogernos para llevarnos a pasar unos días con ellos. Nos llevaron a un parque acuático cubierto con toboganes, pero yo no tenía traje de baño, así que estuve en la cafetería leyendo un libro sobre los secretos de las pirámides de Egipto que tenía mi tía, y fue por lo que comenzó mi interés por los temas misteriosos de niño. Apasionante. Tanto que conseguí olvidar por completo no haber podido jugar en la piscina, algo que me sorprendió a mí mismo. Acabé el pequeño librito con un rostro de alegría. Descubriera un universo nuevo de aventura, misterio y civilizaciones antiguas constructoras de monumentos colosalmente gigantes, que aún hoy nos resulta casi imposible de imitar.

Después volvimos juntos a pasar el fin de año en la fiesta del Peacock Lodge. Teníamos que ir todos bien vestidos y mi hermana llevaba un vestido precioso, tanto que le venían los novios ingleses a sacarla a bailar, pero no se atrevía. Mi tía Marlene le dijo: «Mira que si a un inglés le dices que no cuando te invita bailar no te lo vuelve a pedir más». Pero mi hermana tenía vergüenza y no salió a la pista.

Lo pasamos muy bien y ya nos quedaban pocos días, así que fuimos de visita a Londres. Visitamos el museo de cera y compramos regalos para llevar para todos. Para mi escogí las casetes de música de Michael Jackson «Thriller», y el de Kylie Minogue «Kylie», un par de juegos de ordenador, y también algo de ropa. Cuando llegamos al aeropuerto de Santiago de Compostela llevábamos las maletas llenas a reventar y nos registraron diciendo si todo aquello era para nosotros. Les dijimos que eran regalos para toda la familia, y nos dejaron pasar. Pero nos deshicieron las maletas. Fuera nos esperaban nuestros tíos de Santiago, y aquello pareció la cabalgata de Reyes Magos repartiendo regalos.