A Damián, hijo de Daniel, hijo de Horacio, y cuya madre era Paula, se le presentó una vez una encrucijada. Su padre le había instruido en en las artes de la gobernanza de uno de los pueblos de José, pero quería que fuera el mejor por encima de todos los demás y llegó a serlo. Una vez una de sus maestros le dijo: «Los mejores no son los que se ponen al frente. Lo que hacen es ponerse el último como hizo Cristo y ponerlos sobre sus hombros para enseñarlos y guiarlos a todos para que sean aún mejores y hagan obras aún más grandiosas de las que hubiera hecho él». Damián se quedó afligido por el temor de contrariar las aspiraciones de su padre a ser el mayor dirigente y decidió formarse para llevar a cabo una misión, la misión de su vida.