Inicio Foros LITERATURA Y ENSAYO BIOGRAFÍA DE JASON 38. La intrascendente trascendencia de Adán

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    Jason Aldrey
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    LA INTRASCENDENTE TRASCENDENCIA DE ADÁN

    Caminaba por el paseo marítimo observando las olas en la oscuridad de la noche y las farolas del paseo marítimo. Cuando me acerco al Playa Club, cerca del estadio de Riazor, y veo acercarse a un hombre de unos cuarenta años, aparentemente ciego con un bastón, y más de un metro noventa de estatura. Cuando estuvo a mi altura el ciego dijo: «Hola». Le devolví el saludo. Nos pusimos a hablar. El ciego parecía un tipo extraño, comenzó a contarme que casi no veía porque tuviera meningitis de niño. Que sus padres murieran cuando él era joven y que tan sólo tenía un hermano que vivía enfrente del parque Europa. Después me dijo: «Oye, te noto decaído de energía, no veo bien pero te lo noto». Y le respondí: «Sí, no estoy en mi mejor momento».

    Entonces el ciego, que se llamaba Adán, me preguntó si quería acompañarlo a dar una vuelta hasta la Torre de Hércules. No tenía nada mejor que hacer, pero ese ciego era un desconocido, así que me mantuve reticente. Entonces dijo: «No te voy a hacer nada, soy un ciego, si alguien está en peligro contigo soy yo, que casi que no me puedo defender». Así que tras pensármelo un instante le dije que estaba bien.

    Era sobre medianoche de un día de semana, y nos pusimos a bordear por el paseo hacia la Torre. Adán me hablaba:

    -Si me acerqué a ti fue por algo. Sentí que tenía que hablar contigo al notar que pasabas.

    -¿Y en qué puede ayudarme un ciego?

    -Soy alguien especial, una persona espiritual. Entiendo cosas que te sorprenderían. De vez en cuando ayudo a las personas a solucionar sus asuntos.

    -Y por qué ayudas a la gente. ¿Te ayudan ellos a ti?

    -Verás –hizo una pausa-. Los doctores me dijeron que me queda poco tiempo de vida. Por eso hago ejercicio, doy largos paseos, voy a la piscina, todo para fortalecerme y ver si puedo prolongar esto al máximo. Y algo que me hace sentir bien, el tiempo que estoy aquí, es dedicarlo a ayudar a las personas que lo necesitan.

    -Es una lástima que te suceda eso. Lo que haces me parece estupendo. Supongo que puede aportar cosas, le da significado al tiempo que tiene.

    -Me gustaría ayudarte a ti, me parece que te hace falta una buena mano. Sólo te pido que me acompañes en el paseo y que lo disfrutes mientras conversamos.

    -Está bien.

    -Dime, ¿qué es lo que más te gusta hacer?

    -Me gusta aprender cosas nuevas. Leo mucho, cuanto más raro mejor.

    -Eso está bien. ¿Qué más?

    -Me gusta cuando me siento bien y soy feliz.

    -¿Te gustas a ti mismo?
    Me paré a pensar si ser sincero con un desconocido, pero la verdad es que no tenía demasiado que perder, así que le dije:

    -No, últimamente no me gusto demasiado. Estoy quemado.

    -Te noto vulnerable. Como si dependieras de la aprobación de los demás. Debiste estar rodeado de gente que te hizo daño y no te diste cuenta de eso.

    -Sí, no tengo mucha suerte con los amigos y con mi familia. Mis amigos sólo me querían por interés para aprender las cosas que yo descubría, y mi familia es desestructurada, donde nadie nos aguantamos demasiado.

    -Una buena temporada alejado de tu entorno te vendría bien para hacerte fuerte. Y después buscar y seleccionar personas adecuadas. Pero este proceso te va a llevar varios años, te veo mal.

    -No sé de qué me va a servir dejar mi entorno, es donde mejor me siento. Si ya estoy mal ahora, sólo voy a estar peor.

    -Puede parecértelo así. Pero si intentas establecer relaciones entando tan mal, atraerás sólo a mala gente. Hombres y mujeres que se aprovecharán de ti, que intentarán manipularte y te harán daño, o que simplemente no te querrán.

    -Acabas de describir la historia de mi vida.

    -A qué te dedicas.

    -Ahora mismo a nada, no hay nada que me interese en especial. Ni siquiera sé si me importa algo ya.

    -¿Te gustaría sentirte bien?

    -Sí, claro que me gustaría.

    -Tienes que pedir ayuda a alguien, a ser posible profesional. No puedes seguir así. ¿Te parece?

    -Desde luego la vida que llevo no tiene mucha salida.

    -Mientras tanto, todos los días durante por lo menos tres semanas quiero que hagas una cosa. Una vez al día, repite las siguientes palabras tres veces chasqueando los dedos de la mano una vez al principio: «Sí. Me gusto. Aprendo más cada día. Mejoro cada día… Sí. Me gusto. Aprendo más cada día. Mejoro cada día… Sí. Me gusto. Aprendo más cada día. Mejoro cada día». Si lo haces te sentirás mejor.

    -Sí, nada más que eso. Es importante que lo hagas estés donde estés. Si un día te olvidas, no te preocupes, al día siguiente lo haces en dos ocasiones, pero no te olvides dos días seguido. Dos días es demasiado.

    -¿Funcionará?

    -Busca ayuda profesional y haz el ejercicio. Las dos cosas te ayudarán.

    Quedé un poco intrigado. Bordeamos el paseo marítimo por la Domus, la casa del hombre, y por el Aquarium Finisterrae, y luego subimos por el enlosado iluminado de la Torre de Hércules. Allí estaba el soldado de bronce montando guardia en las escaleras. Llegamos arriba. Caminamos despacio, parándonos de vez en cuando mientras hablábamos. Y allí Adán se puso a mirar hacia la rueda de los vientos y guardó silencio durante bastantes minutos, como si estuviese meditando, y luego me dijo: «Yo todavía tengo unas cosas que hacer antes de ir a casa a dormir».

    -Yo vuelvo hacia atrás por donde vine. Voy hasta la Marina y luego recto hasta casa.

    .De acuerdo. Yo cojo hacia Adormideras.

    -Cuídate.

    -Tú necesitas cuidarte más que yo. Ya sabes que el que más se cuida de los dos soy yo. Adiós.

    Nos despedimos y me fui caminando. En realidad estuvimos hablando varias horas, casi hasta el amanecer, y fueron muchas y muy sorprendentes las cosas que me contó Adán que no puedo escribir aquí. Fue un encuentro que me cambió en múltiples sentidos. Llegué a casa sin sueño, sorprendido por lo que habíamos hablado. Extrañamente me sentía mejor, y tenía la determinación de poner en práctica lo que me dijera. Parecía una especie de autosugestión cognitiva positiva, y después de lo que me sucediera ese día sentía deseos de aferrarme a un bote salvavidas. Esto tampoco fue casualidad. Mi mente racional comenzaba a creer en las causalidades, y no en las casualidades. Ahí había intervención divina, porque no lo podía explicar de otro modo, esto no era normal.

    • Este debate fue modificado hace 4 semanas por Jason Aldrey.
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