• Este debate tiene 0 respuestas, 1 mensaje y ha sido actualizado por última vez el hace 1 mes por Jason Aldrey.
Viendo 1 entrada (de un total de 1)
  • Autor
    Entradas
  • #7087 Responder
    Jason Aldrey
    Superadministrador

    DONATO

    Por aquel entonces se publicitara por televisión un libro gratuito de una iglesia en un anuncio en el que salía Donato, el jugador de fútbol del Real Club Deportivo de A Coruña, diciendo que todo aquel que lo quisiese recibir sólo tenía que pedirlo. Un libro gratis, yo era el cliente perfecto. Lo que no me atraía demasiado era el nombre: «Fuerza para vivir». El libro llegó unas semanas después, era muy pequeño. Lo leí de un tirón. En él decía que el hombre y Dios estaban separados por una distancia insalvable. Y que el único motivo por el que Dios escuchaba nuestras oraciones era si las ofrecíamos en nombre de un mediador, Jesucristo, que hacía de una especie de intermediario nuestro ante Dios.

    A mí me tocaba la moral, porque no era religioso desde que tenía once años, edad en la que comencé a leer cinco de las revistas de las revistas de divulgación científica que se publicaban por aquel entonces. Momento a partir del cual las cosas no me cuadraban con las historias religiosas. Reconozco que antes de eso sí, hice la primera comunión a los siete años en la iglesia del mirador de Os Castros, e iba por la calle con cuidado con lo que hacía y con lo que pensaba, porque sabía que mi ángel de la guardia me estaba vigilando, y yo le tenía respeto y tenía que portarme bien. Pero esa etapa duró hasta el despertar de la ciencia. Desde entonces me convirtiera en un racionalista que renegaba de las explicaciones de cuento de brujas. Así que arrodillarme para orar a Dios en nombre de Jesucristo para que intercediera por mí era un auténtico insulto a mi inteligencia y una humillación. Así estaban las cosas.

    Pero la realidad era lo que era. Ningún libro de ciencia me ayudaba, ningún libro de psicología aliviaba mi padecer, y nadie se preocupaba por mí, no le importaba a nadie, parecía un apestado. Así que lo enfoqué desde el punto de vista del método científico. Sucedían dos aspectos. Que Dios existiese o que no existiese. Y que me atreviese a orar o no. Si lo de Dios era mentira y no oraba no pasaba nada. Ni ganaba ni perdía nada. Bien, conservaba mi dignidad y autoestima por no haber adorado a Dioses ajenos. Si lo de Dios era mentira y oraba, no me iba curar, simplemente sería todo una inmensa tomadura de pelo. Aún por encima de sufrir, pasar el bochorno del ridículo. Por otro lado si lo de Dios era verdad y no oraba, quedaba como estoy, y probablemente terminaría intentando suicidarme de nuevo, del mismo modo que en las opciones anteriores. Pero si lo de Dios era cierto y oraba, bien, esto sí que era preocupante porque rompería mis esquemas de la realidad, pero por lo menos me podría curar. Así que tenía un 50% de posibilidades de curarme si oraba, y 0% si no lo hacía. En total las probabilidades a mi favor eran del 25%, una de cuatro. La lógica matemática era sorprendente. Era mejor un 25% de opciones de vivir, que un 75% de posibilidades de intentar una tontería de nuevo, así que oré.

    Puse una rodilla en el suelo, y me dolió todo, no la rodilla, sino el orgullo, iba a adorar aun Dios. Me sentía completamente irracional y estúpido. Se me partía el corazón en dos de vergüenza y eso que estaba solo, pero peor lo estaba pasando yo todo ese año. Y comencé una breve oración: «Padre nuestro que estás en los cielos. Ayúdame a curarme de la depresión. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén». Esperé cinco segundos en el suelo, porque ya que lo hacía quería hacerlo bien, o sea, oré de verdad, con fe. Y me levanté mirando alrededor, ¿no aparecía ningún ángel? ¿Ninguna visión del más allá? ¿Luces y cánticos de gloria? Pues no. Bien, tal vez las cosas no funcionasen así. Me puse a pensar y, me sentía bien. Me sentía muy bien. Entonces me vino a la mente la imagen del hijo de mis tíos, mi primo Domingo. Una vez me dijera que si tenía algún problema que lo llamas. Y entonces lo vi claro. Con mi primo tenía más confianza y contar mi historia no sería tan traumático como decírselo directamente a mis tíos.

    Puede parecer una tontería, que sólo tenía que coger el teléfono y llamar pidiendo ayuda. Pero no lo es. Yo era una persona muy orgullosa, que jamás le pidiera nada a nadie. Era realmente una humillación pedir ayuda, y además en las lamentables condiciones en las que me encontraba. Sé con certeza que si no fuese por el ejercicio de Adán, y por aquella oración, jamás tendría el valor de llamar a mi primo. Cogí el teléfono, llamé, y en veinticuatro horas mi realidad cambió por completo. ¿Existía Dios? No lo sabía. Pero funcionaba.

Viendo 1 entrada (de un total de 1)
Respuesta a: 40. Donato
Tu información: