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Jason AldreySuperadministrador
MOLINOS VERSUS MOLINOS
En la casa de la aldea de mis tíos María y Manolo había una vieja bicicleta amarilla de paseo, sin frenos. Después de comer me iba con ella hasta la playa e iba a investigar los lugares de los alrededores y sacar fotos. Un día subí hasta el pueblo de Louredo y seguí subiendo toda la montaña, andando con la bicicleta al lado porque no servía para escalada, no tenía cambio de marchas. Llegué arriba y fui hasta los generadores del parque eólico con sus imponentes hélices que se movían con el viento. Me daba la impresión de ser el Quijote de la Mancha. Mirase donde mirase en el horizonte, casi toda la zona de montaña estaba llena de molinos de viento, que por aquí los llamábamos virandelos [giradores].
La bajada de la montaña fue agradable. Iba en la bicicleta a toda velocidad. Frenaba metiendo el pie entre el cuadro de la bicicleta y la rueda, haciendo presión con la suela de la zapatilla, y frenaba bastante bien, algo en seco derrapando. Si tardara cosa de una hora en subir, abajo llegué rapidito, aunque pensaba que iba a ser todavía más rápido. Temía por la integridad de mi zapatilla. A la altura de Louredo me encontré con otra tía mía, Florentina, que vivía allí, en la que fuera la casa de mi abuelo Manuel, la casa de la familia de los Riolos, llamada así porque un pequeño río bajaba de la montaña al lado de la casa. Y le dije que fuera a ver los molinos. Y ella, en lugar de entenderme los molinos de viento, porque les llamaban virandelos, me entendió molinos de agua, y fui cuando me di cuenta de que había varios por allí. Y me picó la curiosidad.
Estaba mi prima Lucía, que era una niña con mucha chispa y simpática de alrededor de ocho años que me dijo que ella sabía dónde estaban los molinos. Así que me llevó por la carretera un poco más arriba hasta donde estaba el primero de los molinos dentro del monte atravesando unas fincas. Y comenzamos a recorrer el río ladera abajo visitando los molinos.
Eran de piedra y estaban abandonados, llenos de musgo, con el techo derrumbado. Alguno conservaba el rodicio en la parte de abajo, que era de hierro y lo movía el agua para hacer girar la piedra de moler. Otros molinos tenían las paredes reconstruidas con ladrillos o bloques. Y así fuimos bajando desde arriba de Louredo hasta el campo de la iglesia, y luego en el crucero Lucía tuvo que volver para casa, pero yo seguí hacia el lugar de Canedo y más allá, hasta que me cansé de fotografiar molinos en ruinas.
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