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Jason AldreySuperadministrador
VIRGINIDAD
Acababa de perder mi virginidad con una mujer que cobró mil euros por la noche. La mulata más preciosa que jamás viera. No perdí toda la noche con ella, me cansé pronto, le pagué y me marché. La pobre mujer, que se hacía llamar Paloma como muchas de su profesión, se sintió culpable como si ella hubiese hecho algo malo, y se ofreció a llamar al taxi de un conocido que me podía llevar hasta Coruña de nuevo. Accedí de mala gana, estaba molesto, ni siquiera empezara mi Eristoff con limón, ni tenía intención. Quería pensar, y no coger el puntillo de alcohol y perder la concentración. Era el día más retorcidamente extraño de mi vida.
Todo comenzó años atrás, cuando mis amigos hacían burla de mí por seguir siendo virgen. Aprovechaban cada ocasión para meterse conmigo, y yo mismo me creía la situación y me martirizaba. Hasta tal punto que cogí complejo y sentía vergüenza, como si la gente pensase que era menos hombre y me lo recriminasen a la cara con su mirada. La tensión interna fue a más en los últimos meses hasta que decidí terminar con la situación definitivamente y sin perdón.
Mi intención era criminal, y no quería implicar a ninguna chica en eso para después dejarla tirada. Iba a pagar por sexo. El día escogido fue un fin de semana que había una quedada con los compañeros de clase de informática. Íbamos cenar fuera y luego salir por el Orzán toda la noche. Vestí un pantalón de traje y chaleco gris, con una camisa agitanada blanca, y fui para «A Cervexa» de Cuatro Caminos donde quedara con la gente.
Eran las nueve de la noche y el local estaba lleno. Tomé dos cañas para prepararme para lo que iba a hacer. Lo tenía todo planificado desde hacía una semana, y quería los pasos frescos en la mente. Comprara un teléfono móvil de repuesto para la ocasión. Tal vez pecara de paranoico, tal vez no, pero no tenía interés en que se me pudiese vincular con la chica con la que iba a quedar par mi aventura sexual. Llevaba el móvil apagado para que no quedara constancia en los registros de la compañía de telefonía. Por aquel entonces no era necesario dar los datos personales al comprar un aparato con un número nuevo. Así que iba a tener teléfono en mi viaje, pero nadie podría asociarlo conmigo.
Marché con los amigos de clase para el lugar de la cena y luego salimos por el Orzán. Estuvimos en el pub Garibaldi, y cuando se hizo la hora me despedí con la excusa de que quedara con gente en otro lugar y marché. Me alejé caminando haciendo tiempo hasta que cogí un taxi en dirección a Santiago de Compostela. Cuando llegué allí el taxi me dejó en la entrada de la Alameda, y di un rodeo por algún pub hasta que llegué a la discoteca Liberty donde quedara con la mulata a la hora convenida.
Encendí el móvil y la llamé diciéndole que la esperaba dentro tomando algo, y la ropa que llevaba para que me reconociera. Pedí un vodka al camarero, y éste se quedó mirándome fijamente. Me molestó, lo miré para que apartase la mirada. Paro el camarero seguía a mirarme fijamente. Precisamente ese día no estaba para estupideces, di dos pasos al frente y comenzó a nublárseme la vista dispuesto a encarar a ese tipo, pero el camarero debió darse cuenta de que le iba a hacer algo y apartó la mirada visiblemente intimidado. Paré y di un paso atrás, cogí la copa, y di un sorbo mientras lo miraba de reojo. Estaba poniéndome de mal humor, lo último que me faltaba era que hubiese un incidente precisamente esa noche. Entonces apareció Paloma. Vino desde el otro lado del local, y lo observara todo. Me sonrió, y la imagen de su perfecto cuerpo de princesa me impactó, jamás viera a una mulata tan bonita.
Nos saludamos y se acercó a mi hasta que sus pechos tocaron mi cuerpo, y me dijo: «¿Vamos?». Cogí mi consumición y salimos a la pista a bailar. No estuvimos mucho tiempo, marchamos de allí para el hotel Araguaney donde teníamos una habitación alquilada. Me serví un vodka, pero ella me lo quitó de la mano y comenzó a desnudarme lentamente. Era embriagadoramente bonita, daba gusto mirar para ella. Por fin iba a dejar atrás las burlas de los compañeros y además con una mujer preciosa.
Todavía no pasaran cuarenta y cinco minutos cuando ya me estaba a vestir para marchar. No quería pasar el resto de la noche con ella. Paloma estaba preocupada pensando que hiciera algo malo. Me dijo: «Dame tu móvil que llamo a un amigo taxista que te lleva a Coruña cobrándote menos». Le di el móvil y ella llamó, mientras que yo abría la puerta de la habitación con el chaleco en la mano, todavía sin poner. Paloma iba detrás nerviosa: «Te acompaño hasta abajo» -dijo ella-. El taxi llegó pronto, me despedí sin mirarla intentando no ser excesivamente maleducado, entré dentro y me marché. Pobre chica, pensé.
Por el camino estaba concentrado como nunca. Acababa de perder la virginidad en una experiencia que ni se me ocurriera que iba a tener. Todos diciéndome que el sexo era el no va más, lo más divertido, lo más excitante. Me acababa de acostar con una mujer explosiva y estaba furioso. Era sorprendente. Jamás habría pensado que hacer el amor sería frío, impersonal, artificial y asqueroso. Fuera tan ridículo como una muñeca hinchable. Ni conexión, ni sentimientos, nada. Frío polar. Me daba lástima haberme avergonzado de ser virgen, permitir que mis amigos me humillaran, haber tomado la decisión de planificar esa noche, y estar con una mujer que pese a ser preciosa no significaba nada para mí, en lugar de con una chica que me gustara. Ahora estaba hecho. Pero me daban ganas de coger a mis compañeros y partirles la cara.
El taxista me dejó en una dirección falsa de la ciudad que yo le di, le dije que parara en el Barrio de las Flores en la calle Camilo José Cela. Apagué el teléfono móvil y lo tiré a un contenedor de basura. Fue el teléfono que menos me duró. No me podrían vincular con aquella mulata, ni con el taxista, ni a esa noche. Desde allí fui andando hasta la parada de taxis que queda en la calle que da a las Pajaritas de Elviña, y me fui para casa. Me habría gustado esta con una mujer que de verdad me agradara, y no por su bonita figura. La lección que aprendiera era valiosa pero el precio de mi primera experiencia perdida me saliera caro, y no por el dinero. Habrá quien la consideraría una experiencia de lo más sensual. Pero yo estaba hecho de otro molde. Esa noche se abrió una herida que me marcaría por toda la vida y haría que no tuviese casi relaciones. Ahora sabía lo que era estar con la mujer más preciosa que podía imaginar. Y para nada era eso lo que quería, por lo menos no de esa manera.
- Este debate fue modificado hace 4 semanas por Jason Aldrey.
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